Gitana Periferia, Instagram: @gitanaperiferia, CDMX
¿Te consideras activista feminista? Sí, porque como mujer he vivido bajo el entramado hererocapitalista y patriarcal enmarcado en un Estado que oprime a todas aquellas asignadas mujer desde el nacimiento. Como tal, no he permanecido exenta de padecer la misoginia. Por ello, después de comenzar a cuestionar el sistema mundo en el que vivo, me adentré en la organización estudiantil en el 2014, cuando fueron asesinados estudiantes de la Escuela Rural de Ayotzinapa, de ahí más allá de hacer una actividad reflexiva, me enfoqué en la acción directa, que la entiendo como una herramienta para desarrollar una transformación a nivel personal y colectiva. Posteriormente, entre más me cuestionaba, aprendía y conocía a otras mujeres, me encaminé a desarrollar trabajo colectivo solo con mujeres y para mujeres de diversas edades. Soy tallerista autogestiva, hago talleres para niñxs en la periferia oriente sur de la ciudad, así como temas de autocuidado, deconstrucción del amor romántico y afecto autogestivo, comunitarios e indígenas, derechxs humanxs y anarcofeministas.
Por favor, describe tu obra, y detalle cómo responde a la presente pandemia desde una perspectiva feminista. El llorar, el dolor, lo que tenga que ver con el sentir, ha sido limitado para las mujeres cuando comienzan a desarrollarse en la adultez, pues al ser consideradas las indicadas para el cuidado y resguardo de las personas a su alrededor, culturalmente se nos delega el ser fuertes y no demostrar vulnerabilidad. Pero qué pasa cuando lo somos, cuando el dolor o incertidumbre nos invade, como ahora, con la pandemia que atravesamos todas; sucede que aveces nos queda solo el llanto para actuar, para sostenernos, nos queda como herramienta para sobrevivir cuando nuestro contexto no es el más favorable para transitar esta caótica situación. El llorar, para muchas, se convierte en nuestra única compañía cuando la violencia a nuestro alrededor se agudiza. Reconocer nuestra vulnerabilidad y habitarla, nos permite vivirnos más completas, más enraizadas en nosotras mismas, más solidarias con nuestros sentires y experiencias. Cuando lloramos, podemos soltar, dejar ir, aliviarnos. Sanamos en cada lágrima, nos reconfortamos, nos recordamos lo sensibles que somos porque estamos vivas y podemos florecer.